Normalmente el dolor se trata desde un punto de vista médico, como un “síntoma físico” que es “percibido”. Esta forma de entender el dolor sólo se aplica al dolor agudo, que con frecuencia es manejable con fármacos o intervenciones médicas que buscan eliminar esa “causa física”. Sin embargo, este tipo de intervención no permite abordar el dolor cuando se cronifica y se convierte en un dolor generalizado sin causa física aparente (como ocurre en la fibromialgia) o cuando la causa física no tiene un tratamiento curativo por ser irreversible (como las lesiones neuropáticas) o no presentar una respuesta suficiente a los analgésicos (como algunos dolores oncológicos).
En los actuales modelos, el dolor se define como “una percepción subjetiva resultado de la transducción, transmisión y modulación del input sensorial, filtrado a través de la estructura genética y el aprendizaje previo de una persona, y modulada posteriormente por su estado fisiológico, su estado emocional, sus evaluaciones cognitivas idiosincrásicas, sus expectativas, y el ambiente sociocultural que le rodea”. Esta concepción del dolor sitúa a la Psicología en primer plano para el análisis y tratamiento del dolor crónico.