Las palabras también duelen.

 

Una de mis pacientes con dolor crónico me explicaba hace unos días como algunos comentarios duelen tanto como el dolor y no es la primera que me lo dice.

  • Bueno!!! ¿No sea tanto como para una baja?. Eso escuchó María de su hermana, cuando después de sufrir dolor crónico durante años y a pesar ser autónoma, no depender de nadie, no pedir nada a nadie, haber trabajado y tenido dos hijos etc… a los 59 años su situación empeora y el médico le da por primera vez una baja de 15 días.

Pues sí, evidentemente lo es y así lo ratifica su médico que es quien le da la baja, porque nadie se da una baja a sí mismo.

  • Otro comentario que ha escuchado otro de mis pacientes en esta época de confinamiento ha sido: !Ahora te entiendo, Qué horrible es esto de no poder salir de casa.

Es cierto que durante unos meses todos hemos estado confinados, pero no es lo mismo estar confinado y poder seguir haciendo tus cosas o probar otras nuevas en un espacio limitado, que estar en casa porque no puedes moverte a penas, como ya estabas años antes del confinamiento y que lo que lo poco que podías hacer como rehabilitación, ir a médicos, pasear… lo tienes que dejar de hacer porque estamos en confinamiento.

  • Mi “preferido” es uno de los más frecuentes según me refieren mis pacientes: Lo tuyo es que es mucho de coco.

O lo que es lo mismo: como no entiendo que te pasa será que estás loco.

  • Y el que más me entristece: no lo cuento porque no lo van a entender.

Así añadimos otro sufrimiento a una situación dura de por sí.

Está claro que es difícil entender que alguien tiene dolor todo el día, durante años y que este dolor puede ser constante. U otras cosas aún más difícil de entender, por ejemplo, que algunos pacientes tienen dolor muy intenso y otros días tienen dolor de mucha menos intensidad.

Es más, en este último caso es frecuente que esos días en los que el dolor no es tan elevado se encuentren más activos y con ganas de hacer cosas….  Y eso parece que también es difícil de entender.

 

Te propongo que nos pongamos por un momento en su lugar:

Tienes tu vida, con tus rutinas, tus obligaciones, tu tiempo para tus amigos y familia, tu ocio y deporte, a veces incluso haces un sobre esfuerzo para llegar a algo más y tienes tu proyecto de vida. Tienes lo que se suele llamar una vida normal.

De repente un día sientes una sensación aversiva que empieza, supera el tiempo de evolución habitual y no se quita. Con un origen extraño, difuso o incluso desconocido y con una evolución incierta. Además, no se ve, por lo que tiene poca credibilidad y algún día ocasional esa sensación te da un respiro. ¿No te gustaría volver a tu rutina y ocio diario?

Por otro lado, cuando lo cuentas la gente te mira con cara rara, con incredulidad, ¿Cómo te sentirías si te juzgaran por ello?, ¿cómo te sentirías si necesitaras demostrar que no mientes? y ¿cómo te sentirías si tu vida normal se hubiera roto pero tus seres queridos no te creen?

 

Como decía antes, entender que una persona pueda tener dolor crónico es difícil, a los pacientes también les resulta difícil de entender, incluso a los profesionales que trabajamos con esto. ¿cómo no va a resultar difícil de entender para alguien que no lo siente o no lo escucha a diario de un gran número de personas?

 

El mecanismo que nos lleva a negar algo que provoca tanto sufrimiento es conocido por los psicólogos:

Es el miedo a lo que no conocemos y no podemos controlar. Los seres humanos tenemos la necesidad de encontrar una explicación lógica a todo, ya lo hacían nuestros antepasados cuando había una tormenta y concluían que era un castigo de los dioses y miles de mitos que llegan hasta nuestros días.

 

Por lo tanto, si de algo no conocemos el origen y no conocemos la explicación, preferimos darle por nuestra cuenta una explicación que quedarnos con la idea de que algo así es incontrolable y nos puede pasar a cualquiera… incluso a uno mismo. Ahí encontramos expresiones como: es que no te cuidas, es que trabajas mucho, o es que te quejas mucho.

 

Pero esto no nos da derecho a dudar de su veracidad. Podemos ponernos en el lugar del otro y entender que vivimos desde que nacemos en la incertidumbre. Si aceptamos este hecho como algo normal y no intentamos controlarlo todo, viviremos más tranquilos, menos angustiados y tendremos una mente más abierta para entender el sufrimiento de los demás sin juzgarlo.

Aunque nos gustaría, no podemos eliminar el dolor de sus vidas, pero si les damos nuestra comprensión, sin dudar, contribuimos a disminuir su sufrimiento. Merece la pena intentarlo ¿no crees?

Almudena Mateos.

 

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