
Mi hija Laura me regaló un libro de colorear para el día de la madre. Suena pueril, pero no es un libro cualquiera. Es un cuaderno de neurociencia de más de 300 páginas con el que, aprovechando el confinamiento, estoy dando un repaso más que interesante a mis conocimientos de ese maravilloso y complejo mecanismo interno con el que damos instrucciones a todo nuestro cuerpo. Mientras coloreo neuronas, sinapsis, astrocitos, neurotrasmisores, estructuras cerebrales y terminaciones nerviosas, me vuelvo a maravillar de lo extraordinariamente complejos que somos.
Con frecuencia, pacientes y profesionales, que no conocen mucho sobre psicología o sobre dolor crónico, ponen en duda el papel del psicólogo en el manejo del dolor. Los pacientes insisten en que su dolor es “real”, y consideran real sólo lo que tiene un correlato biológico visible. Si me duele el estómago algo malo le pasa a mi estómago, si me duele la pierna algo malo le pasa a mi pierna. Y los profesionales de la salud tienen casi siempre el mismo criterio, y piensan que si no hay nada que ellos puedan observar es que el dolor es “psicológico”, y si hay algo observable, la solución son fármacos o cirugía. Pero, como ya he dicho muchas veces, el dolor es un fenómeno perceptivo, y es nuestro cerebro el que lo procesa. El dolor, sea el que sea, se “siente” en el cerebro a través de múltiples mecanismos químicos y eléctricos que trasmiten información de todo tipo.
Aunque a día de hoy esto está cada vez más aceptado en la comunidad científica, aún se le da preponderancia a buscar soluciones químicas o quirúrgicas para el manejo del dolor, basadas en un modelo mecánico y simplista del funcionamiento del cerebro. Se busca suplir artificialmente los déficits o excesos, obviando la evidente complejidad del sistema y olvidando lo maravillosamente plástico que ha mostrado ser nuestro órgano pensante cuando establecemos cambios en nuestros modos de pensamiento y nuestras conductas.
A los escépticos les remito con frecuencia a una revisión sistemática1 muy interesante que recoge los resultados de diversos estudios de neuroimagen, en los que se demuestra la plasticidad de las estructuras cerebrales, y el impacto que tiene sobre ellas hacer psicoterapia.
El artículo en cuestión llega a la conclusión de que la psicoterapia realizada a pacientes con muy diversos trastornos, como esquizofrenia, depresión, estrés postraumático, o trastorno obsesivo compulsivo, tiene la capacidad de generar cambios en el cerebro que son visibles a través de diferentes pruebas de imagen. Estos cambios en ocasiones ocurren en estructuras que estaban previamente alteradas, es decir, la psicoterapia “normaliza” el funcionamiento cerebral, y otras veces los cambios se producen en otras áreas que “compensan” lo que está funcionando defectuosamente. Estos efectos son en muchas ocasiones comparables con los que se obtienen con los fármacos, aunque probablemente sean más duraderos, puesto que están basados en una modificación permanente de hábitos y pensamientos, que puede permanecer en el tiempo, mientras que la incorporación de sustancias de un modo artificial no tiene un impacto sostenido y profundo en la remodelación cerebral.
Estos resultados que muestran el impacto de la psicoterapia en la modificación del funcionamiento de nuestras estructuras cerebrales no deberían sorprendernos. Son bien conocidos y estudiados otros fenómenos similares, como la forma en que se altera la representación en la corteza somatosensorial en los intérpretes de instrumentos musicales (las manos de un violinista ocupan un área mucho mayor en el cerebro que las de una persona normal), o el modo en que las áreas del tacto, el olfato y el oído se modifican cuando una persona se queda ciega. Todas estas evidencias muestran que los cambios en la vida producen cambios en el cerebro.
En general, esto es lo que hace la psicoterapia, busca un cambio en los patrones de pensamiento y de conducta de los individuos, canalizándolos hacia hábitos más sanos y más satisfactorios para ellos. Estos cambios a su vez modelan el cerebro de un modo nuevo, mejorando de forma permanente lo que al principio solo era posible conseguir con esfuerzo.
Con el dolor ocurre exactamente lo mismo. En el proceso de cronificación del dolor con frecuencia se han producido varias circunstancias en la vida del paciente que éste no ha podido manejar, y que han ido modificando su respuesta neurológica hasta que empieza a funcionar de un modo lesivo y desajustado. Un dolor agudo que no ha sido tratado adecuadamente, una enfermedad, un accidente, un periodo de estrés sostenido, cualquier tipo de circunstancia de este tipo que no se resuelva adecuadamente o que tenga un carácter sumatorio (a la misma persona le pasan muchas cosas a la vez, o de manera muy continuada), pueden producir cambios en procesamiento de la señales nociceptivas con respuestas de dolor aumentadas por una parte y con anulación de los mecanismos inhibitorios del dolor por otra. La terapia psicológica ayuda al paciente, a través de cambios en el modo en que procesa la información, a reajustar su propio cerebro. El objetivo de la terapia psicológica en dolor, por tanto, es establecer nuevos significados, nuevos vínculos y nuevas experiencias en la vida del paciente que le ayuden a identificar las señales que recibe de su cuerpo y del exterior de un modo adecuado, hasta revertir los cambios que se han producido en su sistema nervioso.
Así que ya sabes, tu cerebro es más poderoso de lo que imaginas. Aquí nos tienes, para ayudarte en el proceso.
- Barsaglini A, Sartori G, Benetti S, Pettersson-Yeo W y Mechelli A. (2014). The effects of psychotherapy on brain function: A systematic and critical review. Progress in Neurobiology, 1–14.
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