
De entre todas las etapas vitales que vamos atravesando, se dice que la adolescencia es la más importante. Como cada etapa vital, tiene sus propias necesidades y peculiaridades.
Se podría decir que a nivel familiar, la etapa de la adolescencia en los hijos suele juntarse con etapas en los demás miembros de la familia que suelen converger en un mosaico de necesidades que hacen un conglomerado complejo. Los padres de hijos adolescentes muchas veces atraviesan momentos personales, laborales y contextuales delicados donde se juntan, entre otras cuestiones, con algunos de las siguientes situaciones:
- Familia de origen: relacionada con los padres de los padres (los abuelos de los adolescentes), que muchas veces están mayores y requieren de cuidados de salud, haciendo que sea una (pre) ocupación más.
- Ámbito laboral: en una etapa en la que muchas veces se está en una situación de incertidumbre, en una situación de progresión profesional o en una situación de desamparo laboral para una etapa de mucha necesidad.
- Relación conyugal: en la que los padres están en una situación en la que hay poco tiempo y espacio para cultivar la pareja.
- Otros hijos: que se encuentran en distintas edades y etapas vitales, y para los que se requiere desempeñar funciones diferentes que obligan a «duplicarse» para llegar a todo.
- Nuevas Tecnologías: en los tiempos que corren, donde parece que cada hijo a partir de cierta edad tiene que tener su propio dispositivo, con los problemas y costes económicos que ellos conlleva.
Entre todo este panorama, emerge la etapa adolescente en la familia como una «tormenta perfecta». Es bueno que sepamos que nada de esto es intencional por parte de los adolescentes. Ellos y ellas son los primeros que sufren una transformación desconocida que les va llevando a intentar controlar, poco a poco, su potencial.
Su cerebro del adolescente está sobrepoblado de neuronas y conexiones, que afortunadamente sufren una poda (neuronal) en esta etapa vital. Este proceso implica una mezcla entre comportamientos infantiles que perduran y otros comportamientos más maduros. Dos pasitos para adelante y cinco para atrás. Es un vaivén de «ensayo y error» que muchas veces desesperan a los padres, que no terminan de entender qué estarán haciendo mal. En realidad, probablemente nada.
Sus hormonas disparan sin piedad químicos que alteran sus estados de ánimo y de humor, que les hacen arriesgar más de la cuenta, que les mete en líos que ni ellos mismos anticipan, ya que hay una parte del cerebro que aún no se ha desarrollado y, en definitiva, es la que manda: la Corteza Prefrontal del Lóbulo Frontal. Esta parte, es la que se forja como el director de orquesta que decide qué se hace y que no. En la adolescencia no está plenamente desarrollada, lo que lleva a un mayor grado de impulsividad, de desafío y de búsqueda de experiencias emocionantes.
Parece que los padres lanzan los mismos mensajes al sentir que no se entienden bien con sus hijos: «Es como si habláramos idiomas diferentes». En realidad, es algo así como ocurre. Los adolescentes hablan su propio idioma y es bueno aprender a hablarlo. Ya no responden a órdenes directas. Parece que buscan la confrontación constante, como si de un deporte se tratara. Van cambiando de opinión y de aspecto cada dos por tres. Piden su intimidad y ya no comparten todo lo que les pasa en su día a día. De repente, la familia y los padres pasan a un segundo plano, mientras que los amigos se convierten en la mayor referencia. Lo que digan sus amigos va a misa!
En esta etapa tan delicada, es bueno armarse de paciencia. Serán unos 5 años de crecimiento en los que habrá cambios constantes y altibajos que pondrán a prueba mucho la tolerancia. Destacaremos sobre todo tres funciones parentales que son las más necesarias para poder ayudar a los adolescentes en estos años:
- Canales de comunicación abiertos. Los adolescentes no lo pondrán fácil y para ello tenemos que aprender a hablar su idioma: sus gustos, sus inquietudes, sus músicas, sus aficiones son siempre temas a tener en cuenta. También lo son aprender a hablar de cosas superficiales para no perder el contacto. Evitaremos hablar en exceso de los estudios, pues aquí es donde más ruptura de comunicación habrá si insistimos.
- Establecimiento de límites. Los adolescentes necesitan aún de un control externo que les de seguridad y les haga entender lo que se puede y lo que no. No debemos olvidar que el sentido de los límites está en ir ampliándolos, de manera que ellos y ellas sientan que progresan y van conquistando sus libertades (a la par que se les va delegando responsabilidades).
- Negociación. Aunque no todo es negociable, si debemos sentarnos con receptividad a hablar de todo lo que nos traigan a la mesa. El arte de la negociación es delicada, pero sin duda el mejor camino para poder llegar a acuerdos que nos permitan ir avanzando.
Como todos hemos pasado por esa etapa, sabremos de lo difícil que es el proceso de convertirse en persona. Los tiempos cambian y «para educar a los hijos de hoy, hay que convertirse en unos padres de hoy». Siempre recordando que cuando veamos que las cosas se tuercen, podemos recurrir a los profesionales para que nos orienten y asesoren.
Rober Mengual
Psicólogo Gral. Sanitario especialista en Terapia Infanto-Juveil y de Familia.
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