
Cada vez es más frecuente ver a nuestro alrededor un escenario de personas reunidas en una mesa, y cada uno atento a su dispositivo móvil, en silencio, sin hablarse entre ellos. Están juntos en una mesa pero su atención no está puesta en el entorno que les rodea, sino más bien en un foco fijo: una pantalla.
Podría verse desde fuera como una especie de hipnosis por la cual nos sentimos atraídos por esa luz azul que emiten estos dispositivos. Quizá el punto de inflexión fue aquel en el que podíamos participar tocando la pantalla, de modo que pasaban cosas y nos devolvían mensajes o resultados. Así como con la tv hemos desempeñado un papel más de espectador pasivo, ahora somos participes y podemos expresarnos. Esta novedad hizo que todos buscáramos la forma de participar, de comunicarnos y hacernos ver. Es una nueva era en la que podemos ser quien queramos a través de las redes.
Todos los cambios traen partes buenas y otras no tan buenas. Actualmente nos encontramos cada vez más casos en los que la tranquilidad y el equilibrio familiar se ve en riesgo por problemas de la gestión de estos dispositivos. Muchas familias viven auténticas batallas por las tardes luchando contra las videoconsolas, contra las tablets y los teléfonos móviles. La tentación está constantemente llamando.
Aunque para algunas familias está clara la causa de sus problemas (señalan a las tecnologías como responsables), lo cierto es que podemos enfocarlo de un modo algo más objetivo. Quizá debamos plantearnos que la «Play» no es tanto el problema. Pensar que los móviles no son tanto el problema. En definitiva son medios, recursos y herramientas que dependiendo de cómo se utilicen pueden resultar en una cosa u otra. Un arma de fuego puede salvar una vida o quitarla, dependiendo de cómo se utilice. Un alimento puede ser bueno para el cuerpo en ciertas cantidades, pero llegado a un punto de saturación puede convertirse en un problema de salud, generándonos la muerte. Dependiendo de la dosis, cualquier elemento es dañino para nosotros. En el fondo todos sabemos que en el equilibrio está la clave. Ni mucho ni poco. Solamente lo necesario porque «lo breve y bueno, dos veces bueno».
Es bueno saber por qué razones tenemos esta tendencia hacia el uso de pantallas con mandos o teclados. Se puede desarrollar de un modo parecido a las adicciones desde el punto de vista de pensar que la interacción con un dispositivo tecnológico nos ha activado mucho el centro de placer en nuestros cerebros. Cada vez que utilizamos una tablet y tecleamos, ocurre algo y eso nos gusta y emociona. Ese efecto de inmediatez y de que algo ocurre cuando yo tecleo es lo que nos engancha. Los videojuegos funcionan de un modo similar. Todo ocurre a tiempo real y el feedback es instantáneo, lo cual no ayuda a desarrollar la tolerancia a la demora de respuesta/premio (en términos conductistas). Nos volvemos impacientes ya que nos hemos metido en la velocidad del juego o de la interacción. Si nos hacen esperar cuando estamos jugando, si nos interrumpen el foco o nos lo quitan lo que sucede es una reacción de frustración. Estábamos enganchados y nos cortan de repente. Aquí es donde las reacciones se tornan incluso violentas. El cerebro nos pide más y hacemos lo que sea por conseguirlo. No hay autocontrol ni forma de alivio que no sea recuperando lo que estaba haciendo.
Con este panorama en algunos hogares, las relaciones entre padres e hijos se van deteriorando. Las relaciones entre hermanos también. Las consecuencias de una mala gestión de las tecnologías pueden derivar incluso en un ingreso para «desintoxicar» la mente.
En Japón, país tecnológico por excelencia, están viendo cada vez más casos de los llamados Hikikomori (Síndrome de la puerta cerrada). Son casos extremos de personas (habitualmente jóvenes) que han acabado por encerrarse en su habitación durante semanas, meses e incluso años por miedo a afrontar la vida real. Es algo así como cumplir una condena de prisión pero con la salvedad de que las tecnologías son las que mantienen activa a la persona.
Sin llegar a este extremo alarmante, es muy importante tener claras las consecuencias de una mala gestión de las nuevas tecnologías. Van mucho más allá de problemas de fracaso escolar, de dispersión o desmotivación. Serán los problemas relacionales con nuestras familias, con los amigos y entorno lo que causará los peores estragos a la persona.
También debemos saber que una gestión responsable empieza desde nosotros mismos como padres y educadores. Nuestros hijos, alumnos, nietos y sobrinos nos ven y se dan cuenta de cómo manejamos nuestros dispositivos. La mejor apuesta es sin duda la prevención y para ello tendremos que revisar, antes de dar un dispositivo a un menor, que nosotros lo utilizamos bien.
Recuerda antes de regalar o dar un dispositivo a un menor, que hay que establecer unas reglas o normas de funcionamiento y que en caso de no cumplirse se retirará temporalmente hasta nuevo acuerdo. La clave de todo es hacerlo desde el principio de modo que las reglas de uso estén claras. También las consecuencias del mal uso o el abuso. Todo debe estar muy claro desde el inicio de modo que sepamos lo que queremos y lo que no.
Finalmente me parece importante reflexionar de nuevo en que la solución no pasa por la prohibición al acceso a estas tecnologías. La solución pasa por tener un plan predeterminado. Un plan que contemple en qué momento se debe dar acceso, en qué condiciones y para qué cosas. Un plan que haga de marco de referencia para un aprendizaje de uso y disfrute de estos elementos electrónicos de los que ya no podemos ser ajenos en nuestro día a día.
La pelota está en nuestro tejado y debemos actual con responsabilidad.
Rober Mengual García
Psicólogo Gral Sanitario
Col.: M-20951
Leave a reply