
Como en cualquier otra disciplina que tiene que ver con la salud, la prevención es la clave del equilibrio. Al final, es mucho más económico en términos energéticos evitar un problema que tener que resolverlo.
Si bien muchas veces esta idea la tenemos clara, no siempre sabemos identificar cuándo es bueno momento para tomar decisiones que nos eviten problemas y aún más cuándo es el momento de pedir ayuda. Unas veces por orgullo personal, otras por vergüenza y demás razones, parece que nos cuesta pedir ayuda. Lo normal es que el impulso inicial de querer resolver por nuestros propios medios las situaciones que nos plantea la vida. Es sano ir atendiendo y resolviendo los diferentes desafíos de crecer. Esto nos da mucha autoestima y autoconfianza para seguir intentándolo.
Al mismo tiempo, es muy sabio pensar hasta qué punto debemos seguir intentando resolver algo que no nos está resultado bien. Llega a veces un momento en el que por más que seguimos intentando solucionarlo por nuestros propios medio, vemos que los resultados no llegan. Esa sensación, lejos de hacernos sentir aliviados, nos angustia cada vez más viendo que ya estamos pasando malos ratos cuando no tendría por qué ser así. Ver cómo no alcanzamos a conseguir resolver algo tal y como nos gustaría verlo nos empieza a frustrar. Y esa frustración puede ser alimento de «más de lo mismo» entendiendo que lo que hacemos debe de funcionar (por nuestra propia teoría de lo que está pasando) y que lo que debe cambiar está fuera, en nuestro entorno. Es como si por alguna razón pensáramos que lo que nosotros hacemos es lo que tiene que hacerse a pesar de que los resultados no llegan… Vivir en este estado lleva a una inevitable desesperación.
A ninguna madre o padre les han educado para ser madres o padres. Muchas veces este aprendizaje se fragua sobre la marcha. Los hijos no tienen por qué saber ser hijos. Aquí no hay culpables ni víctimas sino situaciones a resolver.
Por esto, es bueno tener un mínimo de información (conocimiento) como para ser capaces de identificar una situación de desequilibrio. Saber que algunos síntomas indican ciertos sufrimientos nos ayudará a entender el alcance de la situación.
En el caso de los más pequeños de la casa, al no haber desarrollado aún el lenguaje oral y escrito no saben expresar lo que les pasa con sus pocas palabras. Es importante saber leer y entender lo que ocurre. Cuando vemos a un niño de 5 años que no busca a otros niños para jugar sino que prefiere jugar sólo en el parque, pues podemos intentar averiguar qué le lleva a ese niño a preferir estar sólo o buscarme a mi como madre para jugar. Tenemos que saber que lo normal y deseable es que a los niños les encante jugar con otros niños y descubrir conjuntamente. El mejor juguete de un niño es otro niño y no tanto los juguetes que tiene. La imaginación puesta en conjunto con otros niños es una tarea elemental para el desarrollo de la mente.
Cuando vemos a un niño que cambia en sus hábitos alimenticios sin motivo aparente, cuando le vemos ansioso por comer y haciéndolo muy rápido, casi engullendo. Cuando nuestro hijo se queja de dolores de tripa, dolores de cabeza… todos ellos posibles síntomas de que algo no va bien. Las somatizaciones son una de las formas de comunicación desde el síntoma. Sin lugar a dudas son los trastornos del sueño y de la alimentación los más preocupantes para el equilibrio en el crecimiento de los más pequeños.
La agresividad y su manifestación vienen siendo otro indicador claro sobre el equilibrio interior del pequeño de la casa. Las pataletas (berrinches) son una fase necesaria para aprender a aumentar la tolerancia a la frustración. Y tan necesarias son las pataletas como que los padres sepan cómo funcionan y qué hacer para extinguirlas. Cuando un niño hace una demostración de su agresividad hacia los demás debemos saber cómo actuar para evitar que se vuelva a repetir. De pronto es nuestro hijo quien primero se asusta de su despliegue de violencia y nosotros acompañamos a ese momento ayudando a interpretar lo sucedido y a corregir en caso necesario.
Los miedos son otro parámetro que nos ayuda a saber si los temores que nuestro hijo tiene son propios de la edad y evolutivamente sanos o por el contrario son síntomas de estancamiento emocional y defensivos. La formación y documentación que cada madre y padres tengan ayudan a saber si es normal o no atravesar determinados miedos. En el sueño se manifiesta en modo de pesadillas o terrores nocturnos. Todos ellos sintomáticos en un aviso de que hay una parte que está sufriendo.
En definitiva, como cada madre es experta en su propio hijo, la intuición suele ser muy acertada cuando una madre sospecha que a su hijo le pasa algo o que se comporta de un modo diferente a como solía.
Solamente recordar que antes de que se desarrollen los desequilibrios, podremos apreciar los síntomas y avisos que van sucediendo y que nos deben hacer reflexionar y consultar en todo caso al entorno para tener otras opiniones. Si con todo y ello no sacamos en claro nada a la hora de comprender lo que ocurre o por otro lado no damos con la fórmula de lo que tenemos que hacer, es bueno ser capaz de consultar a los profesionales.
Muchos casos llegan a consulta derivados de problemas conductuales en los colegios. Allí es cuando se ponen a prueba las relaciones con los demás, la tolerancia a la frustración, la capacidad de sacrificio, la paciencia, la atención a las tareas y muchos otras funciones que nos ayudan a ver si nuestro hijo está adaptado o no.
Para terminar, volver a recalcar la idea de que la mejor solución es la prevención. Para ser buenos previsores, primero tenemos que estar documentados y formados como para saber entender lo que ocurre. Además de saber lo que ocurre, tendremos que ampliar nuestro repertorio de intervenciones en cada caso. Así no nos quedaremos estancados en soluciones que no nos resuelven. Cada día más madres y padres de hoy saben sobre Psicología gracias a la gran cantidad de información e interés que muestran sobre la crianza y sus hijos.
Rober Mengual
Psicólogo Clínico
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